El espíritu de este animal fue reconocido por las culturas antiguas que lo veían como un ser que desafía a la muerte.
El axolote aparece ligado a los más antiguos mitos mexicas. Su nombre en náhuatl (axólotl) quiere decir “xolotl de agua” y se ha traducido como “juguete de agua”, “monstruo acuático”, “gemelo de agua” o “perro de agua”. Es evidente que hace referencia al dios Xolotl, una especie de Caín heróico que es el hermano gemelo de Quetzalcóatl o, para ser preciso, su doble. Mientras Quetzalcóatl es el “gemelo precioso”, Xólotl es monstruoso y deforme.
Su historia comienza con la leyenda de la creación del Sol y la Luna, ocurrido en Teotihuacán, “El lugar donde los hombres se convierten en dioses”, uno de los lugares más sagrados para los nahuas, el gran templo-ciudad divina (hoy San Juan Teotihuacán, cerca de Otumba).
Aquí fue creado “El Quinto Sol”, la era en la que vivimos actualmente y que, según la cosmovisión nahua, desaparecerá a causa de temblores.
Así en el principio de esa era, cuando todavía no había nada, ni tiempo, el día estaba en la más absoluta oscuridad, en el país de las tinieblas. Entonces se reunieron los dioses, dueños del movimiento, y en Teotihuacán se dijeron: “¿Quién creará la luz, quién alumbrará el mundo?” Tecuciztécatl, “El dios precioso, adornado y pretencioso”, divinidad muy rica que todo lo que ofrendaba era precioso, como las plumas de quetzal, se adelantó y dijo: “Yo me haré cargo”. Inmediatamente los dioses se preguntaron: “¿Quién será el otro?” Se hizo un absoluto silencio.
Ningún otro dios se atrevía a ofrecerse como voluntario. Todos temían sacrificarse. No hacían nada más que mirarse entre sí. Entonces los dioses se acordaron de Nanahuatzin, “El dios buboso, sarnoso”, un dios muy retraído que no hablaba. Entonces le solicitaron que él fuera el que alumbrara. Nanahuatzin aceptó de buena gana y sin vacilación: “Obedeceré lo que me han mandado”.
Y entonces se dispuso una enorme hoguera en el lugar llamado Teotexcalli, “La casa del peñasco de los dioses”. Durante cuatro noches hicieron penitencia en unos montes llamados Tzaqualli “El lugar del encierro”.
Mientras Nanahuatzin ofrendaba espinas de maguey con su sangre, cañas verdes atadas de tres en tres y bolitas de heno, Tecuciztécatl ofrecía espinas hechas de piedras preciosas, de coral colorado en vez de sangre, plumas de quetzal y pelotas de oro, deleitando al olfato con el mejor copal. En vez de copal, Nanahuatzin quemaba las costras de sus bubas.
Al final de la ofrenda comenzaron a adornar a Nanahuatzin y Tecuciztécatl; a uno lo ataviaron con plumas preciosas de Aztacómitl, al otro le tocaron la cabeza con un Maxtli de papel. Con todos alrededor, en el Teotexcalli ardió el fuego por cuatro noches. Acto seguido los dioses se colocaron de pie en dos filas al lado de la hoguera, listos para presenciar el espectáculo. Nanahuatzin y Tecuciztécatl se situaron frente al fuego, en medio de los demás dioses. Y entonces estos últimos ordenaron: “¡Venga Tecuciztécatl! ¡Entra al fuego!”
Aunque acometió contra la enorme pira, le ganó el miedo y dio marcha atrás. Volvió a intentarlo, hasta cuatro veces, el límite permitido por los propios dioses. Entonces se volvieron hacia Nanahuatzin y le dijeron: “¡Venga Nanahuatzin! ¡Entra al fuego!”. Cerró los ojos, e inmediatamente se lanzó a la hoguera. Comenzó a crujir en el fuego, y fue cuando Tecuciztécatl también se arrojó. En ese momento un águila pasó tan cerca que dicen que por eso las águilas tienen las plumas color negro. También pasó un tigre, y como éste no se quemó, sólo se chamuscó un poco, fue así como quedó medio manchado.
Entonces los dioses esperaban que saliera Nanahuatzin. De repente todo se tornó rojizo, como si en todos lados estuviera amaneciendo. Los dioses se hincaron para ver aparecer a Nanahuatzin ya como astro luz. No se sabía por dónde saldría, porque por todas partes había luz. Entonces ciertos dioses como Quetzalcóatl, “La serpiente emplumada”, miraron al oriente y dijeron: “Por aquí ha de salir el Sol”. Fue tal la resplandecía de Nanahuatzin que nadie lo podía mirar. Después de él y en el mismo lugar apareció Tecuciztécatl. Y los dioses se preguntaron: “¿Acaso está bien que vayan los dos a la par?” “¡No!”, se contestaron. En este momento uno de los dioses golpeó con un conejo a Tecuciztécatl, con lo que le suprimió el resplandor, quedando la Luna como está ahora.
Después de un rato que el Sol y la Luna habían aparecido, los dioses se dieron cuenta de que permanecían inmóviles, por lo que dijeron: “¿Cómo podremos vivir con un Sol sin movimiento?”.
“Sacrifiquémonos y hagamos que resucite con movimiento por nuestra muerte” Y entonces Echécatl, dios del viento, se encargó de matar a los dioses. Sin embargo la historia dice que hubo un dios, Xólotl, gemelo de Quetzalcoátl, que se rehusaba a morir.
En ese momento, Xólotl dijo: “Oh dioses, ¡que no muera yo!”. Lloraba tanto este dios, que se le hincharon los ojos. Al llegar Ehécatl a matarlo, Xólotl escapó despavorido. Huyó hacia las milpas donde se escondió entre los maizales. Ahí se convirtió en el pie de maíz que tiene dos tallos, que los campesinos llaman xólotl. Cuando el viento lo descubrió echó a correr y se escondió entre los magueyes, convirtiéndose en un maguey de penca doble llamado mexólotl, al ser nuevamente hallado, volvió a huir.
Finalmente se sumergió en el agua, convirtiéndose en axólotl, el ajolote, donde fue capturado y muerto para consagrarse para siempre como uno de los manjares predilectos de los príncipes aztecas.
Xolotl como un ajolote, por el Tonalamatl Ollin El sacrificio de Xolotl, nacimiento del quinto Sol